Hablar de crisis en Venezuela es necesario. Todos los ámbitos de la vida social están en crisis o al borde del colapso. Además tenemos una suerte de crisis macro, ya que envuelve a toda la sociedad, en la que -cual capítulos- una crisis sectorial se va colocando encima de la otra.
En muchas regiones del país están con problemas del gas doméstico desde 2018. La escasez ha tenido picos. Tras la ola de apagones nacionales, en gran parte de Venezuela hay un racionamiento eléctrico de facto, sin cronograma público pero a diario y de varias horas. La crisis eléctrica dejó al desnudo la fragilidad del servicio de agua potable en las grandes ciudades, y este sector desde entonces tampoco se ha recuperado.
El más reciente capítulo es la escasez de gasolina. Este, en particular, entraña una cruel paradoja. Las personas que hacen gigantescas colas, incluso de varios días, para poder surtir combustible, están varados literalmente sobre el territorio que tiene las mayores reservas petroleras del mundo.
La falta de gasolina afecta el transporte de productos, especialmente alimenticios. Y otra paradoja, no pocos venezolanos que compraron plantas eléctricas, para paliar la crisis eléctrica, los encontró la falta de gasolina y entonces tampoco podían poner a funcionar estos equipos.
Los que compraron cocinillas eléctricas, al menos en el occidente venezolano, por la falta de gas doméstico que tiene varios meses, fueron alcanzados por la ola de apagones y por tanto tampoco podían cocinar con electricidad. Los pobres buscan leña, la clase media compra carbón vegetal. Parece ser ya la última frontera para la cocción de alimentos.
Y no hemos hablado del colapso en el sistema de salud, la falta de vacunas de todo tipo, la ausencia una vez más del dinero en efectivo, la aparición de comida en los anaqueles pero a precios inalcanzables, entre otras caras de la crisis que nos envuelve como sociedad.
Desde 2015, según los datos de las agencias especializadas de la ONU, ACNUR y OIM, han huido del país en crisis cerca de 4 millones de venezolanos. Lo más preocupante es que una tercera parte, 1,1 millón, se ha ido en apenas 7 meses, entre noviembre de 2018 y mayo 2019.
El colapso que se vive en la vida cotidiana de Venezuela, y la ausencia de un horizonte cierto de cambios en el país, empuja a venezolanos de todos los estratos sociales y de todas las regiones sencillamente a salir, en su mayoría llevando lo que llevan puesto y escasamente una maleta.
El periodismo ante una crisis tan compleja y extendida no la puede naturalizar. El ojo del periodista no puede asumir como normales que haya colas para poner gasolina o que fallezcan venezolanos por falta de medicinas. Eso es noticia.
El periodismo debe radiografiar a un país en crisis
Y eso significa que no olvidemos que el país sigue en racionamiento eléctrico cuando vamos a dar cuenta de que no hay gasolina. Que hay productos básicos en los mercados que equivalen –uno solo- a todo el salario mensual de un trabajador.
Radiografiar no es sólo una cuestión numérica. El periodismo debe apelar a sus herramientas propias para narrar, descifrar, contextualizar y explicar por qué no hay gasolina, y mientras no haya aquello debe seguir siendo noticia.
Y en la trama compleja de un país colapsado tejer los lazos para que se entienda porqué cuando se va la luz para muchísimos venezolanos significa quedarse también sin agua potable y sin señal de telefonía móvil.
Naturalizar las cosas, asumir como normales los efectos en la ciudadanía de esta crisis macro y sus diferentes secuelas, sería el peor servicio que le haría el periodismo a Venezuela en esta hora menguada.
Texto: Andrés Cañizález
-Este texto fue previamente publicado en la web de Efecto Cocuyo-